SOY MIEDOSO: MI INFIERNO ES TENERLE MIEDO AL MIEDO

El novelista y ayudante de mago Francisco Rincón Goja salió del armario (literalmente) con su primera obra: Soy miedoso: mi infierno es tenerle miedo al miedo, en donde relata las angustias que lo afligen en su cotidianidad: miedo a quedar expuesto, miedo a tener sexo, miedo a la mirada de los demás, miedo a las suegras, miedo a lo peludo, miedo a enamorarse de sí mismo, entre otros. El autor cuenta ese día a día con sus múltiples miedos y cómo con el paso del tiempo ha aprendido a tenerle miedo al paso del tiempo. A continuación, un fragmento de su relato:
Mi único problema en este mundo es el miedo a todo. Tengo miedo a la gente que me rodea, a las personas que me miran y a las que no, es decir a todos ustedes. Mi problema es que el mundo está lleno de todos ustedes. Mi lema más íntimo lo escribió Sartre: el infierno son los otros . Bienvenidos a mi infierno.
Y es que tengo mucho miedo. Me admito incapaz de afrontar mis miedos.
Mi utopía era hacer cosas solo, y ahora como ayudante de mago no paro de hacer cosas con él. Todos mis actos me fuerzan a interactuar poco y a forzar la huída y eso de alguna manera me alegra. No doy clases, no hago presentaciones y mucho menos charlas, ni vendo, ni veo mujeres, ni lavo ropa, ni construyo relaciones, sólo me desaparezco de la caja de magia como un fugitivo de sí mismo que salta alambrados falsos. La práctica me enseñó a pasarlos sin dejar huella.
Recuerdo el día en que conocí al mago Terero. Tocó la puerta y con la mano en su varita mágica se me presentó. Hubo algo como un saludo. El saludo del mago es como el gesto masónico del personaje con el hacha que presencio en mis pesadillas. Ante la frase sin aliento por parte mía (le tenía miedo a los magos), Terero responde con una mirada que se resbala por todo mi cuerpo semidesnudo. Cruzó la puerta y me señaló con su varita debajo de su capa. Si necesitaba saber cuál era la oferta, no me la dijo. Si yo necesitaba preguntar algo, no lo hice. Pasaron dos minutos, de un silencio perfecto, inhabitable, inquebrantable. El tipo dio por terminado el trato mientras se acomodaba la paloma dentro del pantalón y yo me cerraba la bata de baño. Ordenó sus cosas y se paró al lado de la puerta. Los dos hicimos un sonido que, de ser palabra, hubiera estado en el punto justo entre “gracias” y “no hay de qué”.
Ya en el escenario, cualquier acto, para mí, es un acto de arrojo. En cuanto a lo físico, cada acto me produce el mismo agujero negro en la boca del estómago. Debe ser lo mismo que siente una lombriz en un gallinero.
El momento de entrar a la caja de los cuchillos es difícil, pero para mí es aún peor todo lo que está alrededor y lo que viene después: cobrar mis honorarios. 

En la fotografía el mago Terero con unos de sus actos predilectos: levantar mujeres.


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