EL POETA DEL LAMENTO Y LA DERROTA
En Echemos Vaina traemos una nueva historia optimista sobre otra leyenda del
infortunio: el poeta Hugo Valdéz Calabro.
Las primeras memorias del poeta del lamento y la derrota Valdéz Calabro fueron las norias tenebrosas que le contaba su nodriza
Hermenegilda —los cuentos de Iván el Terrible, de la Zarina negra
de Halicz, de Casimiro III y todas las obras de Paulo Coelho—,
cuentos repletos de crueldad y de tormentos que le formaron a temprana edad su carácter junto con la educación recibida por su padre, el señor Juan Valdéz Peñadero quien fue juez de
línea del torneo local y contribuyó a la educación violenta de su
hijo con las historias, insultos, pitazos, fueras de lugar e incidentes que contaba en casa.
Esta situación, sumada a bañarse con agua
fría, el uso de supositorios, ver los reinados con su madre, escuchar las alocuciones presidenciales y el acompañar a su hermana
mayor a todas sus fiestas dieron pábulo a su imaginación lastimera.
Su vida se hizo aparentemente más tranquila cuando su padre "colgó
los guayos" y su tránsito intestinal se reguló. Su mayoría de
edad coincidió con la publicación de su primera obra Diez
años de soledad,
una historia deprimente que fue severamente ignorada por el público.
A la edad de 25 años, Valdéz Calabro había abandonado su idea de trabajar de sparring de boxeo para incursionar en el negocio de la
gallinaza y hacerle el quite a una vida de golpes y frustraciones. Parecía un joven normal de buena familia, considerable
encanto y un prestigio empacador de gallinaza creciente. Pero su
sofisticación ocultaba un remolino de emociones primitivas. El vate empezó precisamente a hacer lo consciente
cuando sus impulsos sexuales se salían de lo normal: uso de látigos,
varas y libros de álgebra para hacer sufrir a su pareja. Valdéz había descubierto que el dolor era el preludio necesario del placer.
La primera amante del vate fue Isabel Abella Cafre,
una mujer veinte años mayor que él, que abandonó a su marido, a
sus hijos y cinco amantes para vivir con él. La relación continuó durante unos
cuantos años tormentosos y finalizó cuando el nuevo amante que Valdéz le había buscado —porque no podía sentirse satisfecho
hasta que ella le traicionara— resultó ser un barra brava del
equipo rival de él. El poeta se había visto
obligado a escribir prolíficamente poemas, novelas y amenazas para mantener a Abella Cafre en el estilo
de vida derrochador que ella exigía. Ella demostró que era
exactamente la mujer despótica, brutal y materialista que había
deseado, y la relación fue realmente todo un éxito en los primeros
años. Después de su separación ella continuó cuidándolo
lealmente a cambio de todo su salario hasta cuando el delicado
equilibrio de la mente de Valdéz empezó a fallar. Al final lo envió
calladamente a un manicomio, tras haber sufrido varias
alucinaciones y un par de atentados del barra brava.
En la foto se detalla un momento de juego del vate con su amante.
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