Las buenas intenciones de Benigno Bueno Buendía

Benigno Bueno Buendía, político de extremo centro, basó su popularidad en una única ideología posible para él: la buena intención. Catalogado como un cerdo comunista, por la extrema derecha; como un fascista imperialista, por la extrema izquierda; como un hombre bueno, por su esposa, y como un hombre bueno y rico, por su peluquero, Benigno tuvo una extensa y exitosa carrera política, muy a pesar de ciertos reveses de la vida. 

Su nacimiento fue visto como una bendición, dado que fue el parto número 10 mil del hospital, por el cual su familia recibió una dotación de pañales y anticonceptivos por cinco años. No obstante, solo Benigno usaría esos anticonceptivos, 45 años después, puesto que la fortuna le jugaría su primer revés. Su madre murió al parir y su padre, quien oficiaba de partero, fue enviado a prisión. Moriría unos meses después en la silla. En los anales de la cárcel quedó consignada la muerte del partero Bueno como el accidente más ridículo en una silla del restaurante. Bonifacio Bueno pereció a una semana de recobrar la libertad.

A pesar de la dura vida en el orfanato, Benigno desarrolló desde muy joven una pasión altruista y una alergia a las tablas de los catres, con que lo castigaban sus compañeros. Los curas que regían el claustro lo recuerdan por tener un corazón muy grande. Sobre todo porque a los cinco años la elefantiasis le afectó el cuerpo entero, a excepción de sus partes nobles, que fueron atacadas por un enanismo brutal. 

Su deseo de ayudar a los más necesitados se reflejó con la fundación de su partido político PELELE - Partido Equitativo, Legal y Legítimo, que propendió por el bienestar de hombres violentados por sus esposas y amantes, técnicos de fútbol que enviaban repetidamente a sus equipos a la segunda división y lecheros con una suerte negra.

Su primera gran iniciativa como concejal fue la implementación de una política de control de natalidad en su municipio. La estricta vigilancia del programa decantó en un éxito sin precedentes. Las familias pasaron de tener un promedio de cuatro hijos a apenas uno. Empero, los buenos resultados tuvieron una consecuencia inesperada. El que algún día fue conocido como el pueblo pañalero del país, vio cómo sus ingresos mermaron y sus empresas de pañales y leche en polvo, que integraban la totalidad del sector empresarial, se declaraban en banca rota. El hermoso pueblo donde nació Bueno Buendía se convertía así en una tierra de ancianos. El diario local, antes de desaparecer, lo tildó “el pueblo de los muertos vivientes”. Benigno consideró que aquel ramalazo hacía parte de los gajes del oficio. “Mis intenciones siempre fueron las mejores”, se defendió ante el tribunal de justicia.

Cuando se hizo gobernador del estado de Chiflas, implementó la ley que prohibía las armas. Fue una decisión que la opinión pública y gobiernos internacionales elogiaron. Los índices de violencia se redujeron y entonces Benigno decidió retirarle las armas a la Fuerza Policial. El gobernador Bueno Buendía fue la portada de la revista Time y el Papa lo recibió en su despacho (y lo exceptuaron de la requisa en la entrada). Sin embargo, cuando regresó de su gira de congratulación internacional, un grupo armado se había tomado su estado y tres semanas después se habían separado y convertido en un nuevo país. De hecho, a la naciente nación de Chiflas le fue otorgado su reconocimiento soberano antes que a países de la antigua Yugoslavia.

En el tribunal de justicia de La Haya, Benigno pronunció las mismas palabras: “Mis intenciones siempre fueron las mejores”.

Tras la dolorosa adversidad, Benigno fue trasladado al ministerio del deporte. Allí puso en marcha la ley de tecnología del fútbol, con la cual implementó las repeticiones televisivas para ayudar a los árbitros a tomar medidas en situaciones difíciles, como hacen en deportes como el tenis y el rugby. Benigno promulgó esta ley para abolir la trampa y el juego sucio. Los dirigentes de la Fifa lo consideraron persona non grata y le fue negada la entrada a Suiza. La medida fue celebrada en el mundo, dado que sería el primer país en combatir el engaño en el balompié. No obstante, los árbitros asistentes perdieron su trabajo, la gente dejó de insultar al réferi, y por tanto la asistencia a los estadios decreció, los ratings de los programas deportivos que analizaban las polémicas (que era el 80%) decayeron sustancialmente, y los periodistas de fútbol debieron refugiarse en el periodismo del showbizz, porque era el que más se le parecía. Al final, los estadios solo se usaron para albergar misas de iglesias cristianas, adventistas y mormonas. 

Luego de que el Presidente de la República lo despidiera de su cargo, con solemnidad, dijo: “Mis intenciones siempre fueron las mejores”.

Su última voluntad fue que esparcieran sus cenizas a lo largo del valle donde nació. Sus familiares acataron su deseo y celebraron el ritual. Sus cenizas se diseminaron y cayeron en frailejones y abejas, que en cosa de una semana perecieron sin dilación. El valle entró en una crisis ambiental, que con el paso de los días se extendió al territorio nacional. Los demás países del continente decidieron cortar la marchita nación y dejarla a la deriva en el océano, luego que un investigador intrépido leyera un libro de Saramago. Esta vez no había Benigno que existiera para que dijera: “mis intenciones siempre fueron las mejores”.

En la fotografía, el político Benigno Bueno Buendía luego de haber llevado a cabo la buena acción del día.


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