El fútbol y otros males del mundo

Desde que Nostradamus, los mayas y las canciones de Pedrito Fernández anunciaron el fin del mundo, pero sobre todo, desde que se quedaron en eso, en meros anuncios, los editores de Echemos Vaina nos hemos preocupado año a año en abolir comportamientos que van en contravía del mundo y del planeta. El propósito este año es olvidar el fútbol, por completo, como si hubiera sido nada más un mal sueño. O una pesadilla con pelota en el palo en el último minuto. Pero hasta la fecha, hemos fracasado. ¿Por qué nos gusta tanto el fútbol?

El 1 de enero de 2013 (cuando tristemente supimos que el mundo no se acabaría) seleccionamos los peores males del mundo. Uno de ellos, el maltrato animal. En consecuencia, nos convertimos al vegetarianismo y vilipendiamos con mayor energía prácticas como el toreo y la caza. También incluimos la religión, así que nos hicimos ateos, unos, y agnósticos, otros. Y fue bastante fácil. Y bastante bueno. Con ese diezmo que se nos iba entre iglesias nos ahorramos lo suficiente para viajar cómodamente a Liberia y visitar cada año a nuestro amigo Goerge Weah. También nos hicimos gays y lesbianas, y aunque fracasamos (fuimos demasiado heterosexuales para ellos), cabe destacar que los apoyamos incondicionalmente. Lo mismo hicimos en contra de otros males que aquejan al mundo, como el racismo, el saqueo de países ricos a los más pobres, la contaminación ambiental y las películas de Adam Sandler. Y este año que comenzó, el propósito fue abolir el fútbol, pero hasta el momento es una batalla perdida.

Mientras algunos de ustedes nos preguntan por qué incluimos el fútbol en nuestra lista de males del mundo, vamos a imaginar que es una pregunta retórica. “El fútbol despierta las peores pasiones”, dijo alguna vez Jorge Luis Borges, y eso creemos también. Despierta los nacionalismos extremos, la violencia, el racismo soterrado y el sexismo. Recuerden las muertes violentas en los estadios de Italia, Argentina, Inglaterra, Perú, Egipto y otras menos famosas. Al menos, recuerden la que dejó 152 muertes en un partido entre Nápoli y Bologna en 1955, o la tragedia en el estadio Ohene Djan, de Ghana, en 2001, donde perecieron 127 personas en una avalancha provocada por disturbios entre aficionados y policías. Lo que hace la pasión por una camiseta. Lo que hace estar en desacuerdo con una decisión arbitral. 

El fútbol es alimento de los corruptos. Demos un vistazo a los estadios de la selva brasilera que se edificaron para la Copa Mundo. Se convirtieron en lo cagaderos más grandes del mundo para aves, como diría el comediante John Oliver. Pensemos en Sepp Blatter y su imperio que se vino abajo por la intervención del país al que menos le importa este deporte. Corrupción a un grado cósmico. Hace unas semanas, no obstante, la Fifa eligió a su nuevo presidente, y al parecer, según los más críticos, todo volverá a ser como antes. Millonarios contratos, millonarios sobornos y multitudinarias muertes de trabajadores ilegales que ponen los ladrillos de los estadios de Qatar donde los futbolistas morirán también, debido a los 50 grados Celsius, durante el Mundial de 2022.

En el ámbito local, por ejemplo, ir a un estadio se ha convertido en una osadía. Hemos conocido gente que ha regresado de un partido sin rasguños. No sabemos cómo lo hicieron. Los llamamos héroes. Te acuchillan por el color de una camiseta. Pero así mismo, te matan cuando todos ganamos. Dios quiera (ah, cierto, ya no creemos en él; abolido) Colombia no gane una Copa Mundial. Esto sería un Chernóbil mezclado con un Carnaval de Barranquilla. Sería una medida extrema y eficaz para paliar la sobrepoblación.

Por eso y por tantas cosas más queremos olvidar el fútbol. El problema es que están los magos. Los Ronaldinhos, los Messis, los Nazários Lima, los Francescoli, los Zidane que nos persuaden. Y también están los Galeanos, que escriben: “(El fútbol) Se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Su historia es un triste viaje del placer al deber”. Un partido de fútbol pueden ser dos horas perdidas, como horas en misa, pero una genialidad del 10 te apuntilla en el asiento; un gesto de deportividad de un jugador con su rival, te hace aguantar hasta los minutos de reposición; que el fútbol femenino se esté volviendo más interesante que algunas ligas europeas, más dinámico e ingenioso, hace que le des unos meses de más al fútbol. Y sí, quizás Borges tenía razón, “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Por lo pronto, seguiremos pensando en los males del mundo mientras ponemos el canal en el que el 10, con la vista puesta en el limbo, le hace un caño a un defensor y luego te la cuelga en la esquina de la red, gloriosamente. 

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