Paju Eloy Guerrero y el cine turgente
En la semana del cine en Echemos Vaina, recordamos al aclamado
director cubano Paju Eloy Guerrero, quien se hizo famoso por amenazar
a sus actores y equipo de filmación con quitarse la vida si no le
hacían caso. Ese fue su sello personal en cada cinta, su huella
imborrable. Desde su despertar adolescente, Paju Eloy siempre quiso
ser un director de orquesta sinfónica, pero su sordera, la artrosis
en sus manos y su voz de ruiseñor asustado se lo impidieron. De modo
que le “tocó”, según él, convertirse en “uno de los más
importantes directores del cine latinoamericano”.
Durante sus años universitarios, desarrolló la idea de mostrar en
imágenes la agitación del momento, la efervescencia del instante,
sugerido quizás por la sagas Emmanuelle y Los Muppets, que siempre
lo perturbaron. Con esas preocupaciones intelectuales, creó, en
compañía de otros jóvenes cineastas, polémicos agitadores de
masas, el grupo “Los Turgentes”. El controversial clan desarrolló
su propio manifiesto, como lo haría Robert Bresson, o los daneses de
Dogma 95. De 430 páginas, y publicado por el Instituto Cubano de
Mecánica Automotriz, seleccionamos de esta obra los más
revolucionarios aportes a la cinematografía mundial:
* Los primeros planos nunca podrán ser los segundos ni terceros, y ni se diga de los primerísimos primeros planos. Y nunca, óigase bien, podrán pasar a segundo plano.
* Los primeros planos nunca podrán ser los segundos ni terceros, y ni se diga de los primerísimos primeros planos. Y nunca, óigase bien, podrán pasar a segundo plano.
* Siempre colocar el rollo en la cámara. (Pasó en la anterior
película y de ella no hay sino el recuerdo)
* Las escenas de cama están prohibidas, a menos que el equipo
técnico esté muy cansado y quiera echarse una siesta.
* Las escenas peligrosas se harán en plastilina.
* Los actores deben ser naturales, no profesionales. Nadie puede ser
profesional. El profesionalismo es un invento mediocre de Occidente.
* Diálogos largos serán cortados por el estilista.
* Se debe filmar a blanco y negro, y en posproducción se coloreará
con temperas.
* La luz debe ser natural. En interiores, se debe filmar a oscuras.
Nadie quiere mucha luz en paños menores.
Con estos preceptos, Paju Eloy Guerrero filmó su
primera película, Muerte a pajazos,
un western que narra la historia de un desorientado vaquero que lo ha
perdido todo, excepto la virginidad, y en un duelo con espigas de
paja, en un granero, es muerto por una monjita de ochenta años. La
película fue bien recibida por la crítica psiquiátrica, que premio
al director con la estancia de un año en las magníficas
intalaciones del manicomio de La Habana.
Luego de su paso por el asilo, Paju Eloy
emprendería su proyecto más ambicioso, que hoy se conoce como la
trilogía del tren, aclamada crítica
social que perturbó a más de uno. Su primera cinta es El
tren a tu casa, que describe en tres
horas el tren que se arma en una fiesta de los quince años de una
joven con una canción de merengue. Recibió un grammy por su
coreografía. La segunda, Un tren
llamado deseo, presenta las peripecias
de un futbolista talentoso que muere heroicamente cuando un malvado
director técnico le ordena a sus jugadores que le organicen “un
tren de pata”. Esta cinta recibiría la Palmada de oro, en el
Festival de Cannes, por los desgarros de sus actores y las
inquietantes tomas del equipo de filmación bromeando al director, lo
que un crítico francés llamó “la quintaesencia de lo
metafílmico”. Paju Eloy cierra su trilogía, bellamente, con La
espera, noble historia épica en la que
sus protagonistas, angustiosos, esperan la llegada del tren para
escapar del yugo militar, en aquel olvidado pueblo que ni siquiera
tiene estación ferroviaria.
Paju Eloy Guerrero siempre quiso mostrar ese nervio vivo del fracaso,
de la desilusión, y como pocos, lo pudo representar en su persona,
más que en sus películas. Fracasó hasta para suicidarse. Con más
de cincuenta intentos fallidos, murió en La Habana, cuando huía de
un alto precipicio del que había pensado saltar, para cegar su
existencia, pero de camino a su casa, entre lágrimas, fue comido por
un camarón gigante. Sus restos reposan en el estómago del
crustáceo. Su nombre es Camarita, en honor al director de cine.
En
la fotografía, Paju Eloy Guerrero, en el set de grabación de El
tren a tu casa.
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