P. LEÓN ZITO, DEFENSOR DE LOS DÉBILES Y POCALUCHAS


Si está cansado de los abusos (que le cambien el canal de televisión), de las torturas (ir a la tienda en horas en que no hay domicilios), de las faltas de respeto (almorzar donde la suegra y hasta levantarle la loza de la mesa), de los reclamos injustificados (una mancha de labial en el cuello de la camisa puede ser cualquier cosa, incluso labial de la abuela) y de la privación de libertades (identificar la marquilla de los pantalones que una mujer viste), pues quizás pueda encontrar esta historia inspiradora o, incluso, revolucionaria.
Nuestros editores de la sección “Ta´lento de verdad” encontraron a una suerte de superhéroe que recorre las calles capitalinas en busca de los ofendidos, de los marginados, de aquellos que no son escuchados, con el único objetivo de brindarles justicia, libertad y un par de copas.
Se trata de Pedro León Zito, más conocido como P. León Zito, quien se hizo superhéroe a punta de matrimonios fallidos y de empleos que no lo satisficieron (ni a sus empleadores que lo despidieron).
Los conceptos de justicia y libertad se anidaron en el joven P. León Zito desde sus primeros años de vida, y se reforzaron gracias a shows televisivos como Centella, Amas de casa desesperadas y Heidi de las montañas, mientras su madre y sus hermanas se entretenían limpiando la casa y cocinando.
Es quizás por eso que P. León Zito encontró insoportable la convivencia con su primera esposa Elsa Polindo, quien le pidió que se hiciera cargo de las labores de la casa mientras ella se dedicaba a las labores de parto. “Esto es el colmo”, pensó Pedro León, y le pidió el divorcio a los pocos días. Con su segunda esposa Dolores Delano sufrió lo insufrible, dado que por ella tuvo que aprender a cocinar, ya que ella trabajaba doce horas diarias (era una neurótica del trabajo) para mantenerlos. P. León Zito siempre la culpó de no haberle enseñado a usar la olla a presión, de modo que no considera que sea su culpa que el apartamento haya volado en pedazos. El clímax del desespero alcanzado con su tercera esposa Ester Mozobicho se dio durante los minutos finales de la telenovela Por qué mataron a Betty si era tan buena muchacha, que P. León Zito había seguido fielmente. En el momento en que se develaría el secreto fundamental de la historia, la voz de su mujer lo alertaba. “¡Rompí fuente, gordo!”. “No estoy para bromas”, diría un ansioso Pedro León. No obstante ella seguiría gritando: “¡Rompí fuente, gordo!” Entre lágrimas y recriminaciones, P. León Zito llevó a su mujer al hospital, y jamás le perdonaría aquella muestra de brutal egoísmo, muy a pesar de que aquella hubiese sido la sexta vez que Pedro León veía el episodio final de la telenovela, que años atrás había grabado en VHS.
Después de sobrevivir a estas experiencias horrorosas con sus mujeres, cuenta P. León Zito, se asombró al imaginar millares de hombres, trabajadores y fieles, pero sobre todo lo primero, que podrían estar corriendo una (mala) suerte similar.
Ideas para su vestimenta salieron de las películas Tarzán, Batman, Blanca Nieves y Los caballeros las prefieren rubias. Como un superhéroe que se respete, P. León Zito esconde su identidad tras una máscara rejuvenecedora de aguacate y clara de huevo, viste un slip de luchador grecoromano, en la que su esbelta figura, de embarazada nuevemesina, se destaca, y lleva una bata de satín que le fue otorgada por sus logros deportivos en el centro de recreaciones Royal Garden.
Lector asiduo del Quijote, mientras toma su siesta, P. León Zito recorre las calles deshaciendo agravios y salvando a pobres diablos de las garras peludas de la injusticia y de las suegras. Muchas veces vencido (las más de las veces, hay que decirlo) y sin importar los moretones producidos por sartenes, rulos y esparadrapos depiladores, P. León Zito vuelve una y otra vez a aquellos hogares que necesitan una mano (a veces de pintura) para hacer respetar los derechos vulnerados de aquellos pobres hombres que ven cómo su mundo se derrumba entre llantos y limpiones multiusos.

En la fotografía, P. León Zito al intentar proteger a un débil hombre (escondido bajo el cuadrilátero) de su exitosa y apabullante mujer de negocios.


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